A principios del siglo XXI, la poderosa Tyrell Corporation desarrolló un nuevo tipo de robot llamado Nexus, un ser virtualmente idéntico al hombre y conocido como Replicante. Los Replicantes Nexus-6 eran superiores en fuerza y agilidad, y al menos iguales en inteligencia, a los ingenieros de genética que los crearon. En el espacio exterior, los Replicantes fueron usados como trabajadores esclavos en la arriesgada exploración y colonización de otros planetas. Después de la sangrienta rebelión de un equipo de combate de Nexus-6 en una colonia sideral, los Replicantes fueron declarados proscritos en la Tierra bajo pena de muerte. Brigadas de policías especiales, con el nombre de Unidades de Blade Runners, tenían órdenes de tirar a matar al ver a cualquier Replicante invasor. A esto no se le llamaba ejecución, se le llamaba retiro. En un futuro de neón, publicidad ubicua y vapores masticables, Harrison Ford persigue, por una deshumanizada y mestiza megalópolis, unas máquinas con ansias de inmortalidad. ¿Qué decir de uno de los grandes clásicos de la ciencia-ficción? Magistral en su desarrollo, brillante en su formato, inquietante en su trasfondo. Tras "Alien" (1979), Ridley Scott vuelve a deleitarnos con otro film insuperable, sublime, adulto. "He visto cosas que vosotros no creeríais. Atacar naves en llamas más allá de Orión. He visto Rayos-C brillar en la oscuridad cerca de la Puerta de Tannhäuser. Todos esos momentos se perderán en el tiempo como lágrimas en la lluvia. Es hora de morir...". Ante frases como ésta, poco más se puede añadir. Blade Runner... ¡Incluso el título es perfecto! (Pablo Kurt, en filmaffinity.com).
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